Sentado en un puente junto al río miraba la luna. Imaginaba cómo sería volver a mirar el sol, sentir su calor… Se sentía cómo el poeta que, rechazado por su musa, hubiera perdido la inspiración y se empeñara, día tras día, en escribir miles de palabras carentes de sentido.
Como el poeta de sus pensamientos se enfrentaba, noche tras noche, a su particular página en blanco. Luchaba contra su naturaleza, contra sus instintos, prolongando cada vez un poco más su paseo por la no vida, por la no muerte. A veces se sentía como un alma estúpida que sólo buscara su destrucción, pero ni siquiera tenía un fin concreto, sólo un triste deseo.
El deseo absurdo que sume en la desesperación porque sabemos que no se puede cumplir y, aún así, daríamos la vida en un vano intento.
¡¿Qué no daría el vampiro por tocar el sol con sus fríos dedos?!