domingo, 7 de febrero de 2010

PIES, PIES Y MÁS PIES.

Pies, pies y más pies. En frente, a su izquierda, un par de zapatos marrones, bien cuidados, lustrosos, aunque algo estropeados ya por el paso del tiempo. Las arrugas que marcan los pasos, pequeños arañazos que personalizan los zapatos. A su lado descansaban unas viejas zapatillas, sucias, despegadas en los laterales, pero que miraban con cierto aire insolente, como aquel que, en su momento, fue alguien importante y ahora permanece aislado en el olvido. La mirada que vaga de un punto a otro y permanece quieta un instante. Observando una esquina llena de cáscaras de pipas. Un reproche fugaz recorre su mente. El tren se detiene, las puertas del vagón se abren, los zapatos marrones se van, ya no volveran a verse nunca más. En su lugar a parecen unos brillantes zapatos de tacón. Pero el ojo apenas se detiene en ellos. El oido ha captado toda su atención. Alguien iba escuchando música en un móvil, sin cascos, imponiendo al resto de pasajeros esa canción.
La sensación de hastío crece en su interior. Algo en su interior le pide calma. Los ojos intentan recuperar el protagonismo, intentando no escuchar lo que pasa a su alrededor. Ahora todo está oscuro, prefiere olvidar dónde se encuentra, sólo quiere soñar. Sueña con un momento de soledad, con un pequeño instante de silencio lejos de la gran ciudad.
El tren se detiene otra vez, pies y más pies vuelven a moverse. Unos se empujan, otros se deslizan. Algunos incluso se saludan.