domingo, 22 de mayo de 2011

DOMINGO.



Anochece en Madrid. Poco a poco el bullicio del día se va desvaneciendo. La ciudad se refugia en casa, preparándose para el comienzo de una semana más. Abajo, en la calle, algunos aguantan un rato más.



Las ventanas de los edificios comienzan a iluminarse, siluetas anónimas que se mueven tras las cortinas. Intento imaginar que la calle se queda vacía, entonces salgo a pasear. Camino por aceras desiertas, las luces de farolas comienzan a iluminar la noche, y sin proponérselo marcan una senda que recorro ignorante. Tuerzo a la derecha, no hay mucha luz allí, la amplia avenida ha desembocado en un estrecho callejon, la acera está más limpia, menos residuos sobre ella y, sin embargo, está más gris.



Un gato corre furioso al otro lado de la calle, igual que vino se fue. Mis pasos son más lentos ahora, la calle comienza a subir. Al final de la cuesta, un parque. En el silencio de la noche puedes oir los aspersores regando el césped, el olor a hierba mojada inunda mis pulmones. El crujido de la arena bajo las suelas de los zapatos ... Me siento en un banco, una pequeña ráfaga de aire me hace estremecer durante un segundo, miro hacia arriba, la luna apenas puede verse a través de las nubes que están cubriendo el cielo. Parece que va a llover.



Cierro los ojos, mañana es lunes otra vez.